Dominika
La hora de nasi goreng

Del libro ´Fire Islands´, de Eleanor Ford
Debido a un desequilibrio hormonal que me hacía dormir la mayor parte del tiempo, me perdí gran parte del viaje que mis padres y yo hicimos a Indonesia. Como por arte de magia, me teletransportaba desde los vestíbulos de los hoteles a Bromo o Flores o las Islas Komodo, saltándome así todos los episodios intermedios que se fundían en una niebla mental confusa. ¿Por qué se quejaba la gente de los largos recorridos por tierra cuando viajaba por este hermoso país? Las distancias parecían no jugar ningún papel para mí.
Despertar mucho antes del amanecer tampoco ayudaba. Ya sea porque tuviéramos que llegar temprano al aeropuerto para un vuelo interno o para emprender un largo viaje por carretera o para llegar a la atracción del día antes del amanecer, uno debía estar alerta a las tres de la madrugada. Dormir hasta las seis de la mañana parecía un lujo inalcanzable. El amanecer era importante en Indonesia -excepto en Bali, en donde todo giraba alrededor de las románticas y relucientes puestas de sol- ya que en ningún otro momento del día los majestuosos monumentos y montañas lucían tan fascinantes e impresionantes.
Después de visitar la atracción turística del día, solíamos regresar a desayunar a los hoteles en donde nos esperaban coloridos buffets, fragantes con comida y especias locales por un lado, y café, mantequilla y pan por el otro. Mi mamá se dirigía a la parte occidental del buffet, mi papá visitaba cada puesto dos veces y yo buscaba el chafer con el mismo contenido de siempre: el nasi goreng. Era un alimento básico presente en el desayuno, almuerzo y cena, pero era a las tempranas horas de la madrugada cuando más me gustaba.
Y así, recordando ese maravilloso viaje, libro en mano, me puse a hacer mi propia versión de nasi goreng en Ankara, Turquía, usando vegetales sobrantes u olvidados en mi refrigerador (brotes de soja, berza, zanahorias, chalotas, vainitas, cebolletas), los restos de un pollo con el que no tenía idea qué hacer antes de que se echara a perder, huevos, mi kecap manis casero y mi sartén de hierro fundido, ya que todavía no he logrado cocinar adecuadamente con un wok en una estufa eléctrica. Como de costumbre, exageré un tanto con las cantidades de los ingredientes, lo que resultó en una sartén generosa de nasi goreng que consumimos durante los próximos tres días ... a la hora del almuerzo. Aún sin los manteles de batik, los sonidos de gente conversando en bahasa y el ambiente festivo de las vacaciones, el plato sabía muy bien. Tal vez sea realmente como Eleanor Ford dice en su libro "el arroz frito lleno de umami [...] coloreará los recuerdos de cada viajero".
